Río Gordo


Quiero contarles sin parar que en el día de la fecha fui al tradicional balneario “Río Grande” de esta ciudad porque el día se prestaba. Creí tontamente que podría distraer mi aguda mente de las tribulaciones cotidianas. Pero no, me la pasé todo el tiempo indignado con ese balneario que debería ser dinamitado inmediatamente por las razones que expongo a continuación: 

-Se trata de un páramo desolado que bien podría ser el mismísimo Valle de la Muerte. Estimo, incluso, que con piedras en la “playa” un poco más grandes. Okay, está al lado del río, pero eso no le quita el mote de páramo porque no hay ni tan siquiera un helecho que dé sombra. 

 -Estaba atestado de chetitos en el sector ribereño y de jipis/etnias varias en la parte más alejada del río. Un contraste interesante, no veía las horas de que la horda superior arremetiera contra los chetos o a la inversa. Increíblemente ambos grupos, se ve, conviven a la perfección. 

 -Los vendedores ambulantes, en lugar de ofrecer helados o algo para mitigar la sed, pasan con unas bandejas gigantes llenas de churros con dulce de leche, bolas de fraile y pasteles de membrillo que deben estar compuestos en un 85% de grasa. Espeluznante bajo todo punto de vista. 

 -Los guardavidas municipales. Antes que me rescate uno de ellos prefiero que me lleve el Limay. No sé, qué se yo, si no conseguías laburo en el matadero municipal, o en la carnicería del barrio NO te presentes como guardavidas. Creo que si alguno de esos obesos luciendo mallas escandalosas flúo toca el agua, muere automáticamente. Dios mío, somos el quinto mundo. 

Por favor, señor intendente. Líbrenos de este mal. Ya mismo alambre el perímetro, ponga arena y mientras crecen los cocoteros y las palmeras ponga, al menos, una mediasombra. ¡Gracias!