Viaje de vuelta

Regresar a casa después de un fin de semana de veraneo puede convertirse en una de las experiencias más trágicas que la humanidad reciente pueda contar y sacar a relucir las miserias más descomunales de las personas.

Luego de días increíbles de sol y buena compañía en El Chocón, nos dispusimos a emprender el retorno en un ómnibus de media distancia. Salía a las 21 desde una parada bastante berreta y a la suerte de si el chofer te vendía el pasaje o no.

Comenzamos con una fila en la que había 20 personas delante de nosotros. Mientras se acercaba la hora de la partida, había unas 40 que fueron floreciendo por detrás, dejando en claro cuán corrupta puede ser lajente.

Hasta ahí un toque de indignación. El chofer se baja a vender boletos y las más petisas se colaban y compraban de a 20 los pasajes. Mi único sosiego era desear que un rayo les cayera y las fulminara en el instante como forma digna de castigo divino. No ocurrió y el ómnibus empezó a llenarse de una forma demencial.

Los problemas continuaron porque el chofer parecía tener formación en preescolar incompleto ya que tardaba 10 minutos en llenar los pasajes. Me sentía en Uganda.

Pronto conseguimos el ticket y el colectivo con capacidad para 40 pasajeros ya llevaba como 150. Desde la entrada al micro empecé a mirar con lujuria descarada a la escalera que, faltos de poltronas (?), me pareció el lugar más cómodo en la faz de la Tierra. Conseguí ése lugar mientras el resto del ganado quedó en el piso inferior.

Cuando apenas comencé a predisponerme para el viaje de la muerte –en ése momento deseaba que en algún lugar desbarranquemos y caigamos de lleno a un barranco-, una mujer obesa y de cabello grasoso apoyaba su cabellera en mis rodillas, y un nene metía sus dedos entre los de mis pies, en una situación totalmente surrealista e infeliz.

Me dispuse a dormirme como pude, enchufándome mis auriculares megasiliconados para aislarme del mundo y se corta la luz. Comienzo a escuchar una batahola infernal porque se había desmayado un fulano y nadie en todo el colectivo tenía 100cm3 de agua. Cuando todo volvió a la “normalidad de lo anormal”, me dormí 30 segundos y me desvelé.

Ya al momento de bajar, una desubicada me da un mochilazo en las bruces hasta casi dejarme inconsciente y lancé un “disculpá, andá con cuidado que tenés una mega mochila en la espalda y somos 10 mil personas acá adentro”.

Al llegar a destino deseé que un meteorito se abatiera sobre nosotros, pero no tuve tanta suerte y me tuve que ir a refrescar las quemaduras grado 10 por caminar 30 kilómetros bajo el sol.

Igual, el paisaje valió la pena =)

Los Gigantes - Villa El Chocón