Ser pelado or not

Toda la vida me jacté de lo bien regulado que estaba mi cuerpo respecto a la refrigeración. Siempre una temperatura constante y, lo más importante, poca sudoración con el consecuente casi nulo olor a chivo que caracteriza al resto de los mortales. Menos a mí, naturalmente.

Una vida apacible, serena y sin complicaciones, lo que se dice.

Bueno, todo un cuento de hadas y de ahorro en desodorantes, hasta que ocurrió la tragedia: en un ataque veraniego me corté el pelo MAL. Básicamente me pelé. Desde entonces, al más mínimo estímulo de calor, de mi cabeza brotan las Cataratas del Iguazú en persona, sin que pueda hacer nada para remediarlo.

Evidentemente, mi pelo contenía algún tipo de elemento con poderes sobrenaturales para contener los brotes de hiperhidrosis, y ahora ando esquivándole hasta a los foquitos de 25 watts con tal de no sucumbir ante un sudor desmedido y demencial.


Ser pelado, en mi caso, no garpa ni un poco.