¡Suerte!

No hubiera caído caer en cuestiones escatológicas, pero lo que me pasó esta tarde merece un poco de escatologismo. Del barato, claro.

Eran las 8 de la noche e íbamos con mi pequeña hija a esperar a su madre en el cantero de la municipalidad de Neuquén. Mientras la esperábamos, la pequeñita se puso a caminar por el cantero para dar una vueltita. En una de esas, con su piecito pisa un excremento de perro que, más bien, parecía el de vaca.

Pronto, tomé su botita y la raspé contra un pedazo de césped y en el borde del cantero para deshacerme de tan desagradable cuestión adherida a la suela. No daba dársela a su mami con una bota LLENA de este elemento.

En una de ésos intentos de quitar las heces caninas, golpeé la botita contra el cantero y un pedazo de los desperdicios me dio de lleno en la frente. EL HORROR. No lo podía creer. Me tomó por sorpresa, porque encima no era de esos duros que de última te golpea y se cae. NO. ¡Se adhirió a mi frente!

La pequeña no entendía nada y sólo se quejaba del mal olor reinante en el ambiente. Naturalmente llegué a mi departamento y me di un baño con lavandina y aún ahora, ya pasadas unas cuántas horas, siento el perfumito en mi glándula pituitaria.

Porque, convengamos, nos han cagado 10 mil palomas en la vida. ¿Pero un perro? Si esto no es suerte, no sé qué es.