El edificio de los simios


Hace un mes se mudaron al departamento de al lado una serie de homínidos que me están arruinando la vida.

Desde que llegaron, martillan la pared como si se les fuera la vida en ello. No les importa nada. Ni las mínimas reglas de cortesía tipo “hola, somos tus nuevos vecinos”, ni responder mis “holas” cuando me los cruzo en la vereda, ni los horarios para martillar a mansalva la pared. NADA.

Son una parejita joven, no deben superar los 25 años y con dos niñitos. Uno es un bebé. Y todo bien que un bebé llore a las 5am. Puede comprenderse. Pero que un lunes a la madrugada, tipo 1.30, martillen la pared es algo que me desconcierta y me provoca las ganas más grandes de salir y que me caiga un rayo.

Y aclaro que las paredes son gruesas. No quiero imaginar lo que sería si nos separara un durlock.

Para colmo, a mi otra vecina se le ocurrió refaccionar su baño y durante estos días el macabro golpeteo es incesante y demencial. El plomero le da con furia a la maza a las 8 de la mañana de un domingo y yo lo único que deseo es que los golpes sean tan importantes que terminen provocando que el edificio se derrumbe sobre mi departamento y, de esta forma, acabar con mi miseria.