Lavado de yuyos

Escrito a dúo con El Simio hace unas semanas y olvidado entre los borradores...



Ya de entrada nos parece absurdamente ridículo que existan australopitecus delirantes que crean que con cuatro pastillitas pueden solucionar todos los problemas de su vida. Pero que encima existan micos descerebrados que ofrezcan grageas como si estuvieran en una feria de pulgas y crean ser empresarios del tercer milenio, supera nuestra capacidad de tolerancia a la estupidez humana.

Lo peor fue ver cómo un amigo nuestro fue abducido por la pseudo-secta Herbalife, convirtiéndose, en el acto, en un fundamentalista de las plantas machacadas. En menos de seis meses dejó su trabajo como arquitecto e instaló en su casa una suerte de santuario macrobiótico, con estantes llenos de frascos de plástico.

A ver... Quién cuernos puede ser tan palurdo para cambiar un laburo que le costó mas de cinco años, armar ese santuario infernal de yuyos repulsivos y deambular de casa en casa diciendo: “Hola, me siento fantástico, ¿pregúntame cómo?”.

Y no nos vengan con el cuento de que esto es la revolución empresarial: hacer cenas y pasar en el medio una presentación de powerpoint es lo más decadente y precario que puede existir. Casi tan decadente como empapelar sus autos con esos stickers cochinos o creer que sos muy groso por llevar la camiseta de un equipo de cuarta como el Galaxy de Estados Unidos con el nombre de Beckham.

Es ridículo. Tan ridículo como la divinización de su fundador, o como tratar de vender que ese gordito loser es hoy una especie de Hefner moderno.

Hace unos días, en la Rural de Palermo, había un cartel gigante de los productos herbáceos horrendos. Era la antesala de una conferencia donde se va a reunir toda la familia de Herbalife (FAMILIA EN TÉRMINOS LITERALES, PORQUE ENTRE ELLOS ALGUNOS SON PADRES, OTROS HERMANOS E HIJOS) de Latinoamérica. Estamos muy lejos. Pero es nuestra oportunidad. Si alguien pasa por ahí, que les meta una bomba y los haga volar a todos. Gracias.