Un trago de su propia medicina

En general, la calma, el sosiego y la serenidad es parte de mi personalidad en su sentido más amplio (?). Pero todo tiene un límite. Excepto, claro, la estupidez humana.

El fin de semana hice una pausa y me fui a la cordillera neuquina. Puntualmente a Quila Quina, a 18 kilómetros de San Martín de los Andes. Recorrí sus playas rodeadas de montañas, bosques y mucho lago Lácar.

Había alcanzado el nirvana entre tanta paz cuando me crucé con un grupete de hippies conchetos horrendos que cantaban desaforados “Rasguña Las Piedras”. La paz se transformó en un profundo odio y mientras me alejaba en la lancha de tan plácida playita, no puede evitar imaginarme lo bien que me hubiera sentido de agarrar sus guitarras y darles con ellas con total saña hasta que entiendan que los ’70 ya pasaron y que la corten de emular algo que nunca fueron ni ellos ni sus padres ni nadie, niñitos bien de la capital, prolijamente desaliñados forrados con sus dispendiosas vestimentas campestres.

A lo lejos escuché “El Oso”, y ya no sólo quise entrarles con la guitarra, sino tomar el control de la lancha y estrellarme contra la playa donde estaban tirados, los muy dementes.

Ahhh. Hubiera sido TAN feliz…

De todos modos, nada me saca de la retina este paisaje:
Quila Quina