El equilibrio perfecto

Dedicado a Ardillor, para que se ponga bien de la panza y deje de tomar gay-toreid.


Lunes. Nueve de la noche. Heladera (NUEVA ¡SÍ!) patéticamente vacía. Decido ir a buscar abarrotes al súper, medio jugado por la hora. Aunque por el cambio horario no me percaté y entré al almacén de Ramos Generales (?) con el sol todavía en lo alto, cinco minutos antes de las diez de la noche.

Busco pacientemente todas las cosas que precisaba y las que no (LA MAYORÍA NO LAS NECESITABA… MI ZEUS), las acomodo pacientemente en el chango, y me dirijo raudo y feliz hacia la caja. No podía esperar más para llegar al departamento y tirarme sobre todas las cosas inútiles que había comprado.

Llego a la fila de la caja. Opto por una, temiendo lo peor. Para mi sorpresa, avanzó increíblemente rápido y en menos de 10 minutos ya me disponía a salir del complejo para tomar un taxi: No estaba en mis planes caminar 15 cuadras con todas las bolsas.

En fin. Llego a la parada y de nuevo fila para taxi. Todo el mundo lleno de bolsotas esperando un coche. Delante de mí había unas cinco personas. Cuando llegó mi turno intenta colarse una familia compuesta por: un padre, una madre, un sujeto de unos 14 años, una sujeta de unos 14 años con una cría en brazos tomando teta y algunas bolsas. Después de haber esperado como 20 minutos me pareció un exceso de esta gente.

Les dije, amablemente, “disculpen, pero estoy esperando un taxi hace 20 minutos. Permiso”. La mujer, en teoría la abuela del caso, me respondió: “qué maleducado, ¿no te das cuenta de que vamos con un bebé?”. Le respondí: “maleducado es querer colarse y usar a un bebé como excusa y ni siquiera pedir permiso”.

Me miró con cara de odio y retrucó, alzando el tonito: “pendejo maleducado ¿quién te pensás que sos? ¡¿no tenés compasión por un bebé?!”. Ante tal exabrupto de la mujer proseguí con mi tono sereno, con cierto candor(*), y le dije: “mire, soy una persona que esperó 20 minutos y no, no me voy a compadecer de una pareja que a los 13 años se pone a engendrar bebés de una forma totalmente inconsciente y encima de eso quieren tener más derechos que el resto”. Proseguí y le manifesté: “tómense el taxi y vuelva a su vida horrenda”, y sin más me subí al coche que ya había llegado detrás del que estaba en discusión.

Creo que me puteó, pero no me importó nada. Nada podía quitarme las ansias de llegar al depto y tirarme sobre todas las chucherías que compré en el súper y, con ello, la posibilidad de ser feliz.


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