La Pingüina



Gran parte de mi ausencia se debió a un cambio de trabajo que me insume tiempo en demasía hasta que todo se estabilice y logre ir por el camino de una rutina más o menos llevadera.

Y, claro está, el cambio trajo nuevos especimenes a mi vida y no puedo parar de observar de forma totalmente descalabrada a una sujeta que está salida de una caricatura. Todo en ella es un personaje.

Lleva todo el tiempo su pajoso cabello recogido de forma totalmente desprolija y atemporal. Sus ropas remiten a la infamia ochentosa. Su sentido del humor genera demasiada vergüenza ajena. Mis nuevos compañeros son extremadamente malos (ELLOS, YO NO...) y es una constante reírnos hasta quedar doblados en dos de las ocurrencias de La Pingüina.

El mote de animal austral se debe a que se aisló en una oficina enorme donde el aire acondicionado apenas roza los 10 grados. Ella se pone su campera invernal (CON CUELLO ALTO Y TODO) y se pone con sus trabajos, que son secretos para nosotros. En la calle la temperatura supera los 30 grados.

Un día le pidieron recopilar información y en vez de solicitarla vía telefónica para que se la manden por Internet o, en el peor de los casos, por fax, ella caminó 15 cuadras de ida y 15 de vuelta para traer una hojita. Al llegar dijo: “Uy, me olvidé de sacarme la campera”. Eran las 12 del mediodía y la ciudad sufría 34 grados.

La Pingüina me genera sentimientos encontrados. No puedo parar de recopilar información para luego contársela al resto, pero al mismo tiempo me provoca una cierta tristeza. Todo esto ocurre, incluso, cuando tengo el extraño convencimiento de que un buen día de estos se da cuenta de lo que nos provoca, saca una navaja de su cartera de los años ’30, se sonríe ufana y nos ajusticia a todos sin más vueltas.