Ultimátum

Está bien. Supongamos que se aman. Lo comprendo, lo entiendo, empatizo, sé lo que es, los bendigo, los pondero, los encomio y enaltezco. Pero ya estuvo bien.

En fin. Hay una parejita que rozará los 20 años, quizá un poco menos. Los dos tórtolos se la pasan sentados en la vereda a pocos metros de la entrada a mi departamento. Justo en el camino al famoso mercado de la esquina, cuya existencia hace posible mi vida, básicamente.

Y todas las veces, desde hace dos meses más o menos, tengo que esquivarlos y pasar por la calle porque están ahí abrazados, taponando la vereda con sus cuerpos fundidos, y, presumo, sin un lugar donde concretar su amor. Pongámosle.

El tiempo no es una variable que los afecte. Por ejemplo, ahora hay 5 grados y ahí están. Pero he pasado días en los que el termómetro no sube de 0 y ahí están. He pasado con lluvia y ahí están. He pasado con viento de 80 kilómetros por hora y ahí están.

Y ni siquiera pelean, como para hacer más atractiva la cosa. O sea: creo que ni siquiera hablan. Creo que están abrazándose tratando de no morirse de hipotermia todos los días. Una especie de deporte que practica la juventud neuquina de hoy en día.

Lo sé, soy un viejo amargado y miserable, pero no me los tolero. ¡Estas cosas son para la primavera, no para pleno invierno! Y si es así ahora, imagínense septiembre. Las hormonas revolucionadas van a obligar a la dirección de Tránsito municipal a cortar toda la avenida.

Ya no sé si me provocan lástima, y temo terminar pasándoles el departamento para que se desquiten o algo. O es eso, o los agarro a patadas para despejarlos de la vía pública.

Lo advierto: la cortan, se consiguen un lugar o se arma. Están avisados.


PD: Sí, ¡la vieja quejosa ha retornado!