¡Detesto mi trabajo!

Nota: la única queja en esta publicación será el título. Por unos días guardamos a la vieja quejosa de ruleros que me da letra en una cajita y será abierta a la brevedad (LA CAJA).


El volcán Lanín siempre me provocó una fascinación absoluta. Sus 3776 metros sobre el nivel del mar desde chico me generaron una alucinación indescriptible. Cuando le paso de cerca no puedo evitar sentir la piel de gallo (!) al admirar su altura, su majestuosidad, cual centinela cordillerano.

Bueno, no por nada es el símbolo de Neuquén por excelencia junto con la araucaria.

Hace unos días, por esas cuestiones imprevisibles que tiene mi trabajo, me vi embarcado en un vuelo en helicóptero que realizó tareas sanitarias en la cordillera neuquina.

Luego de acompañar al agente sanitario desde Junín de los Andes hasta parajes de comunidades mapuches aisladas por la nieve (QUIERO SER UN AGENTE SANITARIO YA), el piloto enfiló para el volcán apagado.

Hete aquí algunas de las instantáneas que logró Ciboulette (GRACIAS MILES):



El coloso, cuando ni pensábamos que íbamos a estar en su cumbre.


La cumbre desde el sur. Atrás, la zona límitrofe con Chile. Se ve el lago Tromen (SÍ, SEÑORA, ESO QUE BRILLA ABAJO).


Otra captura de la cumbre. Justo detrás se ve el volcán Villarrica, en Chile.


Le dimos tres vueltas a la cumbre. Pasamos sobre ella y quedamos suspendidos a 4000 metros de altura al lado del volcán. Luego volvimos a Junín sobrevolando los lagos Paimún, Huechulafquen, Epulafquen y Curruhue.


Aquí una captura de Lolo mirando a la lontanaza, obvio, aunque más bien parezco un telemarketer.







¡Detesto este trabajo!