Esto sí es poner todo de sí

Dejar parte de uno en un producto artesanal es algo muy noble. Pero lo que me pasó rozó lo extremo y, macabramente, lo literal.

Cumplía yo mis 27 años y antes de ir al trabajo busqué una pastelería para comprar una torta. Si no lo hacía, mis compañeros me lo iban a recriminar un mes, mínimo.

Encontré justo un nuevo local, con todos productos artesanales. Resultó ser que el señor que me atendió estaba necesitado de charla y no paró de contarme todos los proyectos de su pastelería patagónica, de cómo iba a incorporar a alfareros y de sus viajes a Gaiman para adentrarse en el negocio del té galés.

Era mi cumpleaños, así que lo dejé. Incluso le hice preguntas. Mientras él hablaba, envolvía la torta selva negra con el mayor de los cuidados. Me contó algunos secretos en la elaboración provenientes de familia.

Cuando iba a poner una tira de cartón para que no se pegue la crema con el envoltorio, la punta de la tira le pasó por el ojo izquierdo. Mal. Refunfuñó un poco y siguió hablando. Puso la tira de cartón y siguió charlando.

Al momento de cobrarme le miré el ojo. Tenía una raya roja desde el lagrimal hasta el otro borde.

Pues así fue como me llevé parte de la córnea del buen hombre en mi torta, que todos mis compañeros degustaron contentos. Luego les conté lo del ojo y se indigestaron.