Pescado rabioso


Semana Santa trae consigo todo ese ritual fantoche de comer, a mansalva, pescados, empanadas de atún, cazuelas de mariscos y todo tipo de preparaciones con productos de lagos, ríos y mares. Quien no consuma estos productos, podría ir a parar al mismísimo infierno.

Cuán hondo han calado este tipo de costumbres. No entiendo por qué nunca se decidió que estos productos sí son importantes en la alimentación diaria. ¿Por qué comerlos de forma desesperada sólo esta semana? ¿Por qué la gente hace colas desmesuradas en las dos o tres pescaderías (que abren sólo en esta fecha), buscando la merluza más barata? ¿Por qué la canasta familiar semanasantera se mide por el precio de la merluza (por lo menos en estos lados del mundo)? ¿Qué clase de pescado es la bendita merluza esta?

No entiendo nada.

Podríamos ser seres bien alimentados, con mucho fósforo si consumiéramos productos ictícolas de forma regular. Pero no. Preferimos atragantarnos en Semana Santa y de esta forma darnos por satisfechos al expiar nuestras culpas por abstenernos de comer carne, para el domingo reventar comiendo chocolates de forma descarada.

No entiendo estas costumbres. No entiendo por qué me hicieron creer que era pecado comer una hamburguesa en viernes santo. “Es como si te comieras a Jesucristo”, llegaron a decirme en la iglesia. Morboso. Tanto como decir que uno se come la carne de Jesucristo en la hostia y su sangre en el vino. Pero eso es otro tema.

Este año, señores, decido decirle ¡No a la merluza oportunista! ¡No a las empanadas de atún lavaculpas! ¡No al Conejo de Pascuas, primo de Papá Noel! ¡Sí a las hamburguesas y bifes de chorizos sin culpa! ¡Vivan las vacas!