La magia de Junín

Todo mirador de horizontes que se precie de tal debe tener un trabajo que le permita ver otras yuxtaposiciones de cielo y tierra o mar. Pues con esta consideración primera -y anticipando que la cumplo a rajatabla-, es que me permito relatar un viaje por el sur neuquino, mi provincia.

La base de nuestros cuatro días en el sur fue la cálida Junín de los Andes, el pueblo más antiguo de la provincia flanqueado por la precordillera forestada con pinos siempre verdes y el cristalino río Chimehuín. Tengo la impresión de que es un poblado para vivir. Y bien. Conjuga las tradiciones camperas y mapuches con la modernidad occidental de forma armónica.

Su gente está arraigada en la tierra. No es como la vecina San Martín de los Andes, quizá con paisajes más bellos, pero llena de gente que está sólo para los grandes negocios. Junín tiene gente cálida. De ésa que vive feliz.


Viaje, (trabajo), y camino de la cruz
Sábado. El inicio de este día me encontró en el medio de un asado con amigos en una chacra. Charlas y risas devinieron en un rápido armado de equipaje para partir a las 5 hacia Junín desde Neuquén. Salimos más tarde porque en un descuido me quedé dormido 30 minutos.

Junín de los Andes, 9.30. Después de tomar conciencia de que habíamos llegado intenté borrar - absolutamente en vano-, las marcas que me dejó un bolso en la cara en cuatro horas de viaje. Con la mejor cara partí a cubrir periodísticamente inauguraciones y recorridas por el pueblo. Ése es mi trabajo. Pero en este caso, fue anecdótico.

Lala, Lucas y Marito fueron los compañeros de viaje. Luego de la recorrida nos asentamos en el hotel, donde nos quedamos dormidos. Despertamos justo a tiempo para enviar el material registrado por las lentes de Lala y Lucas, y por mi grabador.

El pueblo latía con la Fiesta Nacional del Puestero, un tradicional festejo que ya es un ícono juninense. Con Lala decidimos ir a conocer otro ícono: el Vía Cristi. Una amiga lo llama el “vía crisis”. Y no está mal.



Se trata de un recorrido por un ecléctico complejo de esculturas en las que se representan, simultáneamente, la pasión de Cristo, la matanza de pueblos originarios -mapuches y de otros de Latinoamérica-, en manos de conquistadores españoles o militares argentinos, y la martirización de beatos y santos sureños, como Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá.

Desde lo religioso no podría encuadrarse en ninguna creencia. Más bien, me parece una bella obra de arte en medio de un cerro cubierto por un pinar con el pueblo como telón de fondo.

No menos cierto, es que mi mayor fascinación en esta zona es la cercanía con el volcán Lanín, que con sus 3776 metros vigila todo. Creí que corriendo hacia la cima de un cerro cercano al Vía Cristi podría llegar a verlo. Corrí, y al llegar arriba apenas si se veía la cumbre. Pero ése era sólo el primer encuentro.

Esa noche fuimos a cenar a San Martín junto con otros compañeros que fueron sólo sábado y domingo.

Aniversario, dedo y SMA
Domingo. Por la mañana, el pueblo festejó los 124 años de su fundación con pompa. Lo mejor fue, lejos, el paso de las agrupaciones gauchas y mapuches a caballo durante el desfile cívico-militar. Luego de enviar material nuevamente, fuimos hasta la Sociedad Rural del Neuquén, donde todavía -ya entrada la tarde-, nos esperaba un asado.

Ya liberados del trabajo, con Lala decidimos ir a San Martín. En la Terminal los pasajes estaban agotados. En una libreta escribimos SMA y salimos a la ruta. Sin mucha suerte pasaron varios vehículos. Finalmente un colectivo pequeño nos llevó. Caímos directamente al lago Lácar, y recorrimos apenas parte de la margen sur. Destellos solares en el agua nos alegraron. Ése fue un horizonte admirable.


Con el lago en los ojos fuimos a la plaza central, donde artesanos ofrecían sus producciones. Recorrimos un poco y nos sorprendió el Ballet Folclórico Nacional con un espectáculo increíble. De antemano habíamos quedado en ir a cenar con Gá y otras gentes.

Cambiamos, sin quererlo, la calidez de la plaza por la frialdad de un restaurante con compañeros de mesa desconocidos y cerrados en sí mismos. Un poco desilusionados buscamos reparo volviendo rápidamente a Junín.

Mapuches, asado, montaña y Lanín
Lunes. Apenas despiertos salimos para Costa del Malleo, a 30 kilómetros en dirección noreste. Ahí vive la comunidad mapuche Painefilú, que amistosa y agradecida preparó un gran asado para todos los visitantes. El motivo fue la inauguración de un puesto sanitario. Mientras el asado estaba listo, subimos al cerro más cercano, hasta unas piedras verticales que sobresalían de la suave ladera.

Lala se lastimó un dedo buscando una foto divertida. Y la foto salió divertida. Pero no su dedo meñique.




Desde ahí arriba tuvimos una visión amplia del valle del Malleo, generoso y hermoso. Las nubes cubrían al Lanín. Pero cuando bajamos a comer asado comenzaron a disiparse y entendimos que ése lugar era especial.

Carne de chivo, cordero y vaca. Paisanos mapuches generosos. Niños jugando a los gauchos. Todo alrededor del fuego. Del otro lado estaban los funcionarios e invitados.

Concluida la actividad, Marito nos llevó hasta la base del volcán Lanín, en el camino al paso internacional Tromen. Las nubes dibujaron el cielo detrás del cono y obtuvimos unas imágenes increíbles.

Regresamos a Junín, y luego del obligado envío de material periodístico, con Lucas y Lala nos fuimos a cenar a la Feria Franca Municipal. Comimos unas pizzas indescriptibles y demasiado baratas. Ya en el hotel desvariamos hasta quedarnos dormidos.

Más cruz y Lanín


Martes. Nos despertamos 7.30. Lucas quería imágenes del Vía Cristi antes de partir hacia San Martín, donde nos esperaba la última actividad del viaje: la inauguración de un centro de salud. Desayunamos, dejamos las habitaciones y acompañamos el recorrido de Lucas. Yo tenía, ciertamente, menos entusiasmo que la vez anterior.

Registradas las imágenes partimos hacia San Martín. A mitad de camino nos vimos obligados a parar: El Lanín se despegaba blanco de un cielo azul con un campo verde lleno de fardos circulares en el frente. Colores. Un paisaje bucólico profundo.

Lo demás fue protocolar. Corte de cintas, comida y regreso.


El sur no deja de sorprenderme. He ido muchas veces. Pero la posibilidad de conocerlo más de cerca, casi como un poblador es una experiencia impagable.